Juan Bordera

«O gestionamos democráticamente el decrecimiento, o esto derivará hacia el fascismo»

 

Juan Bordera es coautor de «El otoño de la civilización. Textos para una revolución inevitable» (CTXT) junto a Antonio Turiel. Es periodista, guionista y activista de Extinction Rebellion.

Al comienzo de la guerra ucraniana escribiste un artículo junto a Antonio Turiel en la que definíais esta guerra como la primera guerra de la era del descenso energético. ¿Qué queríais decir con eso? ¿Cómo se relaciona esta guerra con la crisis energética?
Esta guerra es un punto y aparte. Obviamente ha habido muchos otros conflictos en los últimos años, sobre todo en las últimas décadas, que tenían como razón principal la cuestión energética; por ejemplo, la guerra de Iraq. Otros conflictos han tenido que ver con apoderarse de recursos estratégicos necesarios para la transición ecológica, como el golpe de estado en Bolivia (con intereses entorno al litio).
Lo que para nosotros marca un punto y aparte es que la pandemia primero y la guerra después aceleran la llegada del pico del petróleo (el pico del diésel se produjo en 2015 y el pico del petróleo convencional una década antes), que hace que ya no se vaya a poder alcanzar un pico de producción similar al que hubo en 2019 (102 millones de barriles diarios). A partir de ese punto lo que nos toca es un suave descenso en la producción, con vaivenes en el precio, en algunos momentos puede que incluso el precio parezca abaratarse, pero lo hará para seguir subiendo después. Inevitablemente ese proceso nos va a ir abocando a un panorama de menos recursos disponibles, sobre todo energéticos.
Por eso nosotros marcábamos ese punto de pivote a partir del cual ya viene una era del descenso energético pronunciado e ineludible.


La guerra ha agravado la crisis energética. ¿Cuáles son sus principales consecuencias? Y, ¿qué podemos esperar durante el próximo invierno del que tanto se habla?
Hay un factor que es el de la desglobalización, es decir, que esta guerra marca un punto y aparte de un proceso que ya venía dándose. Algunos expertos hablan de que el principio de la desglobalización se podría fechar en la elección de Donald Trump y en el Brexit, que fueron dos grandes señales de que los EEUU y el Reino Unido iban cada vez más a su bola. Esa tendencia ha seguido reforzándose durante los últimos años.
Se está organizando un mundo multipolar con dos grandes bloques: la OTAN por un lado, y China y Rusia por el otro. Las alianzas que aguantaban hasta ahora se han evaporado a causa de la guerra. Esto va a afectar a toda la cadena de producción mundial. Es verdad que habrá zonas que lo llevarán mejor que otras, pero estamos ante un momento de desconplejización, de inicio de desglobalización.


Aunque la guerra determine en gran medida la salida que se le vaya a dar la crisis energética, esta es previa a la guerra. ¿Cuáles son los ejes de esa crisis?

Un cierto decrecimiento en el uso de energía y materiales es ineludible, no lo vamos a poder evitar. La cuestión es cómo vamos a gestionar ese proceso

Hay muchas derivadas. La más peligrosa, desde mi punto de vista, es la del diésel. Creo que el impacto de esta crisis es inminente, ya que está encareciéndose rápidamente en todo el mundo. Hay países que tienen pocas reservas, hasta los propios EEUU están en una situación complicada. Creo que el del diésel es uno de los puntos más débiles del sistema. Debemos tener en cuenta que las consecuencias de esa crisis están relacionadas con la crisis alimentaria, ya que este sector es muy intensivo en el uso del diésel (gran parte de la maquinaria agraria depende del diésel). Este es el punto más peligroso.
Por otro lado, una lectura que hay que hacer sí o sí es cómo en tiempos de absoluta emergencia climática la transición energética que se está haciendo es al carbón. Lo que se está haciendo para sostener el crecimiento es quemar más carbón. Esto es lo que ha ocurrido en la UE y en otros muchos lugares del planeta.
Esto deja en evidencia que si nos empeñamos en seguir creciendo y si encima nos empeñamos en mantener conflictos bélicos absolutamente ineficientes, nos vamos a ir complicando cada vez más una transición ecológica que tenía que haberse empezado en serio décadas atrás. Ya llegamos tarde. Y tenemos muchas dificultades, como la falta de minerales necesarios para la transición energética (el litio, el cobalto, el neodimio…) y la ruptura de la cadena de suministros que la guerra ha acelerado.
En el fondo se quiere sostener un sistema de producción que va a ser muy difícil que se sostenga, y este invierno va a haber sectores y empresas que lo van a pasar muy mal.


La crisis está golpeando las condiciones de vida de los y las trabajadoras. Ahora nos hablan del fin de la abundancia rompiendo el tabú del decrecimiento.
Ahí está la gran disyuntiva que tenemos. El decrecimiento, ya lo dice Yayo Herrero, no es negociable, es decir, un cierto decrecimiento en el uso de energía y materiales es ineludible, no lo vamos a poder evitar. La cuestión es cómo vamos a gestionar ese proceso. Y ahí hay dos posibilidades. O se gestiona para el bien común, que es lo que proponen la teoría del decrecimiento, los movimientos de base y la parte de la ciencia académica que también está apostando cada vez más por ello, o está la otra opción que es el decrecimiento gestionado sin cambios políticos a través del mercado, en el cual cada vez más gente va a estar fuera de los circuitos de bienestar.
Yo siempre hago el chiste de que el decrecimiento tiene dos opciones: o se convierte en vox pópuli, lo hablamos entre todos y se recurre a la democracia radical para gestionarlo y repartir las cargas (la redistribución de la riqueza es esencial), o será el decrecimiento Vox a secas. Es decir, si no conseguimos que se normalice el debate y se tomen medidas adecuadas, las cargas se van a repartir de manera muy desigual, lo que generará aún más conflictos.


¿Por qué puede salir reforzado el eco-fascismo de esta situación?

Estamos ante un momento de desconplejización, de inicio de desglobalización

Es una derivada directa. Si no se afronta esta situación se van a reforzar cada vez más los proyectos de extrema derecha por la propia lógica de la situación en la que vivimos. Estamos en una situación de tarta menguante. En esa tesitura, inevitablemente, surgen más choques, más conflictos para apoderarse de los recursos. Y si encima tú quieres crecer mientras la tarta mengua, vas a tener que expoliar aún más a otros países (como ocurre ahora entre Alemania y algunos países del norte de África con el hidrógeno verde).
Esto daría para mucho, pero resumiéndolo mucho yo sólo veo esas dos posibilidades: o gestionamos democráticamente el decrecimiento y a partir de ahí repartimos las cargas y la riqueza, o esto derivará hacia el fascismo.


¿Cómo podemos hacer una gestión de ese fin de la abundancia en la que las consecuencias no las paguen las clases trabajadoras? ¿Cómo hacer una transición ordenada, un racionamiento racional y justo?
Hay muchas posibilidades. Lo que para mí es una condición irrenunciable es la democratización, ya que es más efectiva y se ha demostrado. El formato partido político (exclusivamente) se nos está quedando obsoleto para hacer frente a una crisis que va a ser muy acelerada, que va a ser muy pronunciada y que va a exigir una cintura que probablemente los partidos políticos no pueden tener.
Los formatos híbridos de expertos asesorando a la ciudadanía para que la ciudadanía proponga y legitime medidas que de otra manera van a ser muy difíciles de tomar me parece la manera más óptima de gestión. Y eso sería dejarle la responsabilidad de proponer a quienes realmente tienen que proponer, que es a la gente que sabe de estas cuestiones, y que luego sea la ciudadanía la que sopese y decida.
Propuestas sobre qué se tendría que hacer hay muchísimas. Una de ellas, inevitablemente, aunque yo no sea un gran defensor del Green New Deal, es el ponerle un impuesto muy elevado a las grandes fortunas. Recuperar fondos para reducir la desigualdad económica que el capitalismo genera. Otra, la reducción de la jornada laboral. Y, por último, un híbrido entre renta básica y trabajo garantizado. Así el estado tendría a su alcance mano de obra que implemente sus decisiones, por ejemplo, construyendo infraestructura necesaria para la transición energética, para regenerar ecosistemas, para reforestar... Una renta básica en forma de trabajo garantizado que permita que cuando el estado tenga que movilizar una cantidad determinada de fuerza laboral pueda hacerlo.
No soy muy partidario del estado pero sí creo que debe jugar un papel crucial en ese proceso de transición. El proceso de inicio no lo veo si no es con una estructura fuerte de organización estatal que permita gestionarlo, con sectores que van a tener que crecer como puede ser el alimentario, y con sectores que tenemos que asumir que se han acabado o que tendrán que reducirse mucho (como la industria militar, la automoción o el turismo). La cuestión es si lo queremos asumir a tiempo como para hacer un aterrizaje de emergencia o vamos a dejar que nos pille otra vez el toro.

Juan Bordera
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