Sobre indicadores de bienestar, desarrollo y sostenibilidad

Unai Villalba Eguiluz

Profesor de la UPV/EHU

 

En la introducción del Ikusmiran nº 10 nos advierten ya de uno de los apartados que se vienen después: “hemos querido ampliar la perspectiva y […] contemplar otros indicadores que toman en consideración tanto el medio ambiente como el bienestar de sus habitantes para medir el desarrollo de un país. Sin embargo, no hemos podido ceñirlo al ámbito de Euskal Herria al carecer de datos referidos a dichos indicadores”. De este comentario iré desgranando brevemente tres ideas: (i) la necesidad de concebir alternativas al desarrollo, y sobre todo al PIB como referencia; (ii) las ventajas/desventajas de algunos indicadores alternativos; (iii) las dificultades para mirarnos/medirnos en este campo desde Euskal Herria.


Primero. A menudo nos ocurre que analizamos nuestra realidad socio-económica con herramientas que no reflejan correctamente lo que buscamos, y menos aún sirven para cuestionar el estatus quo de esa realidad. Las carencias del PIB como indicador de referencia han sido criticadas y analizadas ya durante décadas: hay muchos apartados relevantes que simplemente ignora, hay muchos otros que mide deficientemente, y además no considera varios males que sí genera. Sin embargo, ahí seguimos ancladas a su centralidad: si el PIB crece nos dicen que la economía va bien, y si el PIB no crece nos dicen que es imposible crear empleo o aumentar el gasto público social. Y nos lo hemos acabado creyendo, pero esto no es una ley natural.

A menudo nos ocurre que analizamos nuestra realidad socio-económica con herramientas que no reflejan correctamente lo que buscamos


Por otro lado, por fin somos conscientes de que el crecimiento del PIB en el modelo actual, al mismo tiempo que genera bienes y servicios con valor de mercado, también socava las bases mismas del bienestar actual y futuro: nuestro planeta y la riqueza de sus ecosistemas. Así que necesitamos analizar la economía desde otra perspectiva, y si queremos emprender una transición ecosocial orientada con equidad y justicia necesitaremos otro tipo de indicadores. El PIB continuará jugando un papel, pero su utilidad quedará acotada y cálculo refinado.

Segundo. Entonces, ¿qué otros indicadores nos harán falta? No hay una única respuesta posible, y esta falta de respuestas claras, lejos de representar un desaliento, implica el comienzo de un interesante debate: como sociedad, ¿qué entendemos por bienestar o desarrollo deseable? ¿Cómo lo queremos medir? La primera pregunta parece que encierra cuestiones más éticas y filosóficas, y la segunda cuestiones más técnicas o prácticas, pero ambas van inevitablemente de la mano.

Se da la tremenda paradoja de que los países que mejor cumplen los Objetivos de “Desarrollo Sostenible” están también entre los más insostenibles ecológicamente


Comentemos a continuación algunos de los indicadores que ya se mencionan en este Ikusmira nº 10, y uno más de propina: el Índice de Coherencia de Políticas de Desarrollo Sostenible (ICPDS); el Índice que mide el avance en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (SDG-Index); y el Índice de Desarrollo Sostenible propuesto por J. Hickel (IDS-JH); a los que añadiremos el Better Life Index de la OCDE (BLI-OCDE).

El ICPDS tiene la ventaja de que contempla varios indicadores para cada una de las cinco dimensiones que valora (económica, social, global, ambiental y productiva), y sobre todo que contempla tanto aspectos positivos y deseables como aspectos negativos, esto es, reconoce que nuestro modelo socio-económico lleva aparejados no solo bienes sino también males que hay que contener y corregir. Ahora bien, este índice tiene el inconveniente de que maneja muchas variables, por lo que la complejidad de su interpretación aumenta, y sobre todo que, al ser una propuesta sin respaldo institucional consolidado, no se calcula ni se actualiza de manera estable.

Habrá que escoger y manejar varias variables simultáneamente, y habrá que adecuar los índices a cada contexto histórico


El SDG-Index pone una nota promedio para cada uno de los 17 ODS y después hace una media aritmética de esos valores. De este índice daré sólo un detalle: al hacer una correlación entre este índice y el indicador de huella ecológica observamos que existe una relación positiva entre ambos. Esto es, cuanto mejor puntuación obtiene un país en cumplir los ODS, mayor huella ecológica genera. Así que se da la tremenda paradoja de que los países que mejor cumplen los Objetivos de “Desarrollo Sostenible” están también entre los más insostenibles ecológicamente. Esto es posible porque el índice incluye en su interior elementos contradictorios, y porque se equiponderan las dimensiones, de modo que no importa que un país lo haga relativamente mal en uno de los sub-indicadores si consigue compensarlo en el resto de ellos. La filosofía implícita bajo este índice es preocupante: no importa deteriorar el medioambiente si a cambio conseguimos otros objetivos deseables.

Por su parte el IDS-JH considera tan solo cinco indicadores, tres positivos (renta, salud, educación) y dos negativos (emisiones CO2 y huella ecológica). La novedad en este caso es que los dos indicadores medioambientales juegan un papel fundamental. Esto es, no se equiponderan con los otros tres, y lo que se resta por un lado no se conseguiría compensar por otro (como en una media aritmética), sino que las dos variables ambientales aparecen en el cociente del indicador, dividiendo (y no simplemente restando) al valor positivo. Así que como resultado los países que se consideran desarrollados pierden muchas posiciones en el ranking de este índice porque son también los que más contaminan. Esto es, no son países cuyo modelo sea deseable ni imitable.

Se agudiza entonces la necesidad de combinar indicadores, tanto cuantitativos como cualitativos


Añadimos aquí el índice BLI-OCDE que contempla 11 dimensiones (vivienda, empleo, educación, compromiso cívico, satisfacción, balance vida-trabajo, ingresos, comunidad, medio ambiente, salud, seguridad), y para cada una de ellas uno o dos indicadores. Tiene dos cosas bonitas: (i) No hace un promedio de cada una de las dimensiones, por lo que parece que todas son importantes y a lo mejor inconmensurables; y la situación de cada país se representa a modo de flor con 11 pétalos. (ii) La herramienta online disponible permite hacer “ponderaciones a la carta” de cada una de las dimensiones, de modo que parece reconocer la diversidad y subjetividad implícita, y las implicaciones de una u otra opción al respecto. Ahora bien, al igual que cualquier indicador compuesto, este índice también tiene problemas: (i) las variables escogidas para representar cada una de las dimensiones dejan mucho que desear, para ilustrar la dificultad de la tarea baste una pregunta: ¿cómo medir la calidad de la dimensión “educación” con una simple variable? (ii) Este índice se trata de un cálculo que hacen los países “enriquecidos” (OCDE) para sí mismos, y varios datos no están disponibles o no son igual de relevantes en otros contextos.

Difícil tarea pues la de escoger un índice para describir/monitorear una realidad compleja, y cambiante. Varios de los retos que afrontamos actualmente, quizá no lo fueran en el pasado, y puede que en el futuro aparezcan otros nuevos. Habrá que escoger y manejar varias variables simultáneamente, y habrá que adecuar los índices a cada contexto histórico. Además, hay que señalar que varios de los índices arriba apuntados no contemplan aspectos muy importantes, que Ikusmira sí trata de abordar brevemente en otros apartados. Por ejemplo, las desigualdades, la equidad de género, el aumento del gasto militar, las migraciones, etc. Se agudiza entonces la necesidad de combinar indicadores, tanto cuantitativos como cualitativos.

¿Puede obtener un aprobado en medioambiente un modelo insostenible? ¿Puede siquiera ser deseable?


Tercero. ¿Y desde Euskal Herria cómo nos miramos/medimos? El primer problema obvio es la división administrativa para la generación de los datos: no hay quien se encargue de generar datos equiparables para el conjunto de Euskal Herria. Como consecuencia sólo tenemos datos parciales para el último de los índices arriba mencionados, el BLI-OCDE. Tanto para la CAV, como para Nafarroa, porque la propia OCDE los publica también por regiones, no por iniciativa del Gobierno Vasco o Navarro. En el caso de Iparralde, queda subsumido en Nouvelle-Aquitanie. De las 11 dimensiones, la CAV suspende en “ingresos” y en “compromiso cívico”, y destaca en “seguridad”; mientras que Nafarroa suspende en “ingresos” y destaca en “seguridad” y “comunidad”.

Ahora bien, debemos volver a revisar la cuestión de la traslación práctica de cada dimensión del bienestar que deseamos en indicadores y variables concretos y medibles. Por ejemplo, la CAV obtiene un notable en la dimensión “medio ambiente” midiendo las variables de contaminación del aire en concentración de partículas (PM2,5) en ciudades, y la satisfacción con la calidad del agua. Pero, ¿qué ocurriría si para esa misma dimensión medioambiental tomáramos otro indicador o variable de referencia? Por ejemplo, si considerásemos el material procesado (toneladas) per cápita, observaríamos que el metabolismo social de la CAV es de 23,9 tn/pc al año, mientras que el promedio de la UE es de 15,7 tn/pc. O si tomáramos por referencia la huella ecológica, veríamos que “nos comemos” 2,65 planetas. Es decir, nuestro modelo económico-productivo es muy intensivo en el uso de materiales y depredador de recursos naturales ajenos, y por tanto insostenible globalmente. ¿Puede obtener un aprobado en medioambiente un modelo insostenible? ¿Puede siquiera ser deseable?
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