Joana Bregolat i Campos

Recetas reaccionarias a la crisis ecológica

Joana Bregolat i Campos es militante del Área de Ecosocialismo de Anticapitalistas

 

“¿De qué sirve decir la verdad sobre el fascismo
–que se condena– si no se dice nada contra el
capitalismo que lo origina?”

Bertolt Brecht

El cambio climático ya es una realidad que impacta sobre nuestras vidas de forma diaria, que avanza de la mano de fenómenos climáticos extremos que nos desbordan y se normaliza ante la repetición sucesiva, desigual y combinada de sus efectos. Ya no es excepcional escuchar hablar de períodos graves de sequía en la región mediterránea, de la escasez de recursos fósiles y materias primas estratégicas en el norte global, de la pérdida de suelos fértiles para la producción agroalimentaria o del aumento de incendios de sexta generación a nivel mundial. La cotidianeidad de estos elementos no se produce en abstracto ni de forma aislada, se conjuga y retroalimenta con otros fenómenos como son el desabastecimiento, la inflación o la espiral belicista, dando lugar a un contexto en forma de crisis, inestabilidad y debilidad que apuntala los cimientos del modo de producción capitalista.

 

Este escenario nos expone a un ciclo largo de turbulencias, catástrofes y cambios para los cuales el capital se encuentra lejos de estar preparado con su política económica cortoplacista, pero que, a su paso, formula un tiempo de transición del orden actual de las cosas. Este reconocimiento tiene unas implicaciones políticas claras que desde posiciones ecosocialistas debemos ser capaces de abordar.

Nuestros locos años 20

Las contradicciones que genera la crisis ecosistémica suponen un reto en el proceso de expansión constante de las fronteras de acumulación del capital que, ante un imperativo de crecimiento y una demanda sin fin de obtención de beneficios, choca con los límites biofísicos del planeta. En su choque, se expone el equilibrio frágil que sostiene las bases del régimen de acumulación del capital y se vuelve más evidente que su limitación reside en las fuentes de su riqueza. Y es que, ¿cómo se puede aspirar a un crecimiento infinito sobre unos tiempos, unos recursos, vidas enteras y territorios finitos? Ante ello, el capital plantea una reestructuración de sus circuitos de extracción de valor.

 

Ejemplos de este proceso de reestructuración los encontramos en la agudización de los conflictos geopolíticos e imperialistas –que no solo suceden con la llegada de empresas transnacionales sino que también se dan en territorios en que tras ocupaciones, prácticas genocidas y represión se da un espolio de recursos–; en la intensificación de la tasa de explotación sobre el trabajo, la naturaleza y las fuerzas de reproducción, y en el fortalecimiento de prácticas rentistas, de expolio y de desposesión en espacios clave para la reproducción social –como son la vivienda, la alimentación, los suministros básicos, etc–.

 

Estos distintos elementos que actúan como mecanismos para asegurar la reproducción del capital modifican las bases sobre las cuales se construye nuestra realidad social, transformando las relaciones de género, las configuraciones raciales, los regímenes sexuales y las estructuras que los sustentan; y debilitando prácticas democráticas, de consecución de derechos y ampliación de libertades. Así, la reestructuración del capital en estos tiempos de transición lleva consigo una reconfiguración de las relaciones sociales desde un marco de mayor impugnación y control con carácter reaccionario, conservador y liberalizador.

 

Los cambios que observamos en este período de transición no se encuentran sincronizados, ni se dan de forma inmediata, ni se expresan en todos los lugares de la misma manera, pero muestran una tendencia creciente en las propuestas de resolución de la crisis ecológica. Pues plantean recetas que implican una profundización de las desigualdades imperantes, un recrudecimiento de las violencias del mercado y un auge autoritario en el abordaje de la cuestión ecológica.

 

 
 

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La reestructuración del capital en estos tiempos de transición lleva consigo una reconfiguración de las relaciones sociales desde un marco reaccionario

Max Ajl en A People’s Green New Deal (2021) planteó la existencia de recetas reaccionarias frente a la crisis ecológica. A través de un análisis crítico de los fundamentos ideológicos que había detrás de distintas propuestas señaló que, en las coordenadas de la extrema derecha, también se planteaban respuestas en forma de nacionalismo verde y racismo fósil. Así, Ajl ponía encima de la mesa un cambio en el comportamiento de la extrema derecha que, lejos de centrar su atención solo en negar la evidencia de la crisis ecológica y de los impactos del cambio climático, se atrevía a formular propuestas que profundizaban en dinámicas imperialistas e incitaban la apertura de nuevas fronteras de acumulación.

 

El cuidado es un elemento transversal en nuestras vidas, desde que nacemos hasta que morimos

Siguiendo esta línea, entre las recetas reaccionarias se encontrarían proyectos y propuestas ante la crisis ecológica que ponen el foco en la cuestión de la seguridad nacional. Hablamos de respuestas que ven en la degradación ecológica una amenaza sobre su identidad nacional, sus convicciones y condiciones de vida y que, por ende, plantean una aceleración de procesos de securitización, control y cierre de fronteras. Son propuestas que reproducen sin acritud la idea que hay cuerpos que importan y otros que no, muertes que merecen ser lloradas y otras que no, y territorios que pueden ser explotados, violentados y destrozados y otros que no. Así, bajo la máxima de que “si quieres proteger la nación debes proteger la tierra, el medio ambiente”, se produce una política ecológica racista, xenófoba y antinmigración. Tanto el RN en Francia, el FPÖ en Austria como Aliança Catalana en Catalunya recogen esta posición en sus programas y campañas electorales, agitando la defensa de la naturaleza desde un patriotismo verde.

 

Esta apuesta reaccionaria va de la mano de la promoción de propuestas que plantean la resolución de la crisis ecológica a través de la apertura de nuevas fronteras de acumulación. Ahí encontramos todas aquellas propuestas que hacen de cuestiones como la adaptación, la mitigación o la transición nuevos mercados transnacionales verdes en los que invertir; así como los distintos mecanismos de mercado, burbujas especulativas y procesos de financiarización de la naturaleza, la biodiversidad y el clima en forma de mercados de futuros y de carbono, bonos verdes, políticas compensatorias por servicios ecosistémicos o de canjes de deuda por naturaleza. Propuestas que reproducen el actuar cortoplacista del capital y que promueven la agudización de conflictos, la intensificación de las tasas de explotación y las prácticas rentistas, sin cuestionar que en ellas también se encuentran las raíces del agravamiento de la crisis ecológica. Hablamos, pues, de recetas neoliberales que se configuran bajo la mirada de un ecologismo reduccionista que dice que aquello destruido siempre puede ser substituido y contenido, y actúa bajo la máxima de que todo es mercantilizable.

 

El marco que sostiene estas recetas frente a la crisis ecológica traspasa los confines de la extrema derecha y cala en los discursos, los programas y las propuestas de fuerzas de derecha conservadora, liberales y socialdemócratas. Cala en los movimientos ecologistas y en defensa de la tierra, y nos muestran un reto interno dentro de nuestros colectivos: que entre las filas ecologistas también se producen discursos racistas, xenófobos y antinmigración, y que entre las filas ecologistas también se reproducen los sueños hiperindividualistas y mercantilizadores del capitalismo verde. Así, la fuerza de las recetas reaccionarias no depende solo del auge de la extrema derecha en nuestros territorios –que crece y se expande cada día más–, sino de su capacidad de agitar la máquina de monstruos en tiempos de transición y de hacernos creer que solo dentro de los márgenes del capital se puede sortear aquello que nos depara la crisis ecológica hoy.

En el conflicto, una nota de esperanza

Si la intensificación y el avance de la crisis ecológica supone un reto para las propuestas ecosocialistas y de clase, el auge de la extrema derecha mundial y la expansión de sus recetas reaccionarias implican un grado más de complejidad. La normalización cada vez más grave de la barbarie en guerras, genocidios y saqueos eleva el nivel de urgencia y de necesidad de romper la hegemonía de un capitalismo salvaje que vive de espaldas a su propia supervivencia. Por ello, resulta fundamental reconocer que, en todo proceso de reconfiguración de las relaciones sociales mediadas por el capital, no solo surgen respuestas reaccionarias: en sus quiebres también brotan propuestas alternativas en forma de vida.

 

En cada experiencia de lucha nos reconocemos entre nosotres y sembramos el camino de la autoorganización de clase

Ante un capital que durante años ha construido distintos instrumentos políticos para asegurar la continuidad de sus objetivos a cualquier precio, hay una genealogía extensa de luchas en defensa de la tierra, la salud y la vida que son escuela. Y es que las reestructuraciones del capital nunca han estado libres de conflicto y nosotres hemos aprendido de ellas. Sabemos que no existen recetas mágicas para la crisis ecológica ni caminos fáciles para sacar las garras del sistema capitalista de nuestros cuerpos-territorio; pero sí sabemos que, en cada confrontación, en cada experiencia de lucha, nos reconocemos entre nosotres y sembramos el camino de la autoorganización de clase como herramienta clave de impugnación. Aprendemos de cuidados, de afectos y de apoyo mutuo entre desconocides, y sintetizamos nuevas propuestas capaces de romper esas cadenas que nos atan. Y tejemos puentes transfronterizos al detectar un enemigo común, que nos refuerzan en la certeza de que no hay freno de emergencia que valga sino es para todes.

 

Puede que en este todes resida la cuestión central de cualquier propuesta que se ubique fuera de las recetas reaccionarias. La potencia y radicalidad de una propuesta ecosocialista y de clase se condensa en una política profana, un compromiso revolucionario que se construye desde la solidaridad, el internacionalismo y el antiimperialismo, y que hace de la diversidad, la pluralidad y la democracia obrera un terreno fértil para la disputa política.

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Joana Bregolat i Campos
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